viernes, 2 de noviembre de 2007

Vértigo

Elije una noche estrellada, sin luna. Busca un lugar solitario en el campo o la playa, donde sople el viento y lo más alejado posible de cualquier fuente de contaminación lumínica.

Quítate la camisa o camiseta ─ para no resfriarte espera a una noche de verano ─ y túmbate boca arriba, preferiblemente donde el suelo sea natural, de tierra, arena, roca,..., es decir, sin asfalto o pavimento de ningún tipo. Las piernas estiradas y los brazos abiertos. Siente el contacto directo de tu espalda con la Tierra.

Quédate mirando un rato el firmamento, las estrellas, el abismo.

Intenta despegar ligeramente la cabeza y la espalda de la tierra y siente la presión, la fuerza que te pega al suelo.

Ahora imagina que te encuentras en el hemisferio sur, en Australia por ejemplo.

Y como estás en Australia, imagina ahora que las estrellas no están arriba sino abajo, y que no te caes a ese abismo gracias a que tu espalda está literalmente pegada a una bola gigantesca. Una bola que viaja por el universo a casi ciento diez mil kilómetros por hora ─ imagina que el viento es producto de la velocidad ─ alrededor de otra bola de fuego trescientas mil veces más grande. Siente sólo eso, tu cuerpo, la bola gigante pegada a tu espalda, la velocidad y el abismo.

Ahora despierta. Todo ha sido una ilusión. Sólo estás tumbado en la arena mirando a las estrellas.

Octavio Coll-Jara