martes, 30 de octubre de 2007

Salud, envidia y amor

Llegamos al mundo a la fuerza, llorando, sangrando. La infancia es la edad de las prohibiciones y la obediencia. La juventud se pasa rápido entre exámenes, acné, desengaños y contradicciones. Si todo va bien conseguimos un trabajo, y con él viene la responsabilidad, la disciplina, el esfuerzo, madrugar, los jefes,...; y el dinero, sí, pero también la hipoteca, los recibos, las letras, la cuesta de enero, la cesta de la compra, la inflación,... Todo para conseguir una estabilidad que enseguida se convertirá en rutina. Nos jubilamos y a la rutina se añaden los achaques, la soledad, las pérdidas, el miedo a una muerte que llega rápido.

Los más afortunados gozan de salud, se enamoran y ganan dinero. Pero la salud es efímera, la antesala del dolor, la sala de espera. El amor también es volátil, y arrastra consigo ─ quienes han amado de verdad lo saben bien ─ una cohorte de ansiedades, celos, angustias, decepciones,... El dinero corrompe y tiraniza a quien lo posee, infunde sospechas y repele la certeza del amor y la amistad verdaderos.

Bien mirada, la vida es ese valle de lágrimas que decían los abuelos, del que encima somos expulsados muy pronto y sin avisar, a las tinieblas, a la nada. Y con este panorama ¿de dónde saca el hombre las ganas de vivir? ¿Por dónde aflora el optimismo? ¿Cómo conseguimos ilusionarnos? Cómo puede ser que la mayoría de la gente responda con un sincero “bien” o “muy bien” al cotidiano “¿qué tal?”. Mi teoría es que, drogas y religiones aparte, el yacimiento de donde se extraen el optimismo y la vitalidad, la ilusión y la felicidad, no son ni más ni menos que la desgracia y el fracaso ajenos. Mediante un burdo pero efectivo mecanismo mental de relativización que llamamos envidia logramos transformar el infortunio ajeno en la dicha propia.

Sí. La envidia. Ese pecado capital, denostado desde tiempos bíblicos, funciona también como el jugo gástrico que nos ayuda a digerir una realidad demasiado cruda para nuestro intestino mental y emocional. La única virtud que hasta ahora se había reconocido a este veneno del alma es que, bien encauzada, nos puede servir de estímulo para mejorar y progresar al ser espoleados por el deseo de la cosa envidiada. Pero la envidia no consiste sólo en el anhelo de la fortuna o la virtud ajenas, no estamos ante un sentimiento aséptico. Esa envidia sana ─ sospechosamente sana ─, oculta una cara más siniestra que se adivina en la lista de sinónimos de cualquier diccionario: celos, resentimiento, rencor, tirria, rabia, resquemor, desazón, disgusto,... No sólo ansiamos la fortuna del vecino sino que además le odiamos por el mero hecho de disfrutarla. Y de la misma forma sentimos satisfacción, o por lo menos un cierto alivio ─ vergonzante quizá, pero necesario ─, cuando el mismo afortunado tropieza y cae en el barrizal del fracaso. Y es precisamente aquí, en la caída del vecino, del compañero, incluso del hermano, donde encontrados el consuelo. El fracaso ajeno calma la ansiedad que nos produce una vida corta y brutal. Porque quién podría, por ejemplo, soportar la idea de la muerte en un mundo en el que todos los demás fueran inmortales, la idea de quitarse de en medio y desaparecer cuando los amigos, la familia y los enemigos se van a quedar eternamente. Es la muerte de los demás la que nos hace soportable la nuestra propia. El problema no es ser pobre, sino ser pobre cuando se está rodeado de ricos. Cualquiera que haya viajado a algún país pobre sabe que, salvo epidemias o hambrunas, allí los niños y la gente ríen y disfrutan tanto o incluso más que en los países ricos. Cuando todos los que me rodean son indigentes acepto sin problemas mi propia escasez. El alto índice de divorcios, separaciones, malos tratos, etc. son oxígeno para quienes no han encontrado pareja y viven en forzada soledad, y determinados programas de prensa rosa nos ayudan a soportar nuestra anodina existencia cuando airean por fin las miserias de personajes famosos que parecían vivir en una intolerable nube de éxito permanente.

Como la contrapesa en una balanza romana, la envidia nos ayuda a contrarrestar el peso del éxito ajeno. Catarsis, llamaban ya los antiguos griegos a este efecto purificador que la tragedia causaba en los espectadores.

“Mal de muchos, consuelo de tontos”, reza el proverbio, pero quizá debiéramos reformularlo como “Mal de muchos, consuelo de todos” y añadirle una nueva lectura del “No hay mal que por bien no venga”.

Gracias por fracasar.

Octavio Coll-Jara

2 comentarios:

Odri dijo...

Si que le debe ir mal a alguien que escribe que "el fracaso ajeno calma la ansiedad que nos produce una vida corta y brutal" , o que "la envidia es el jugo gástrico que nos ayuda a digerir una realidad demasiado cruda para nuestro intestino mental y social". Verdaderamente no sé que será lo que te ha sucedido (y perdone que le tutee, pero como no ha definido el perfil no sé la edad de la persona a la que me dirijo), como decía, no sé que te habrá sucedido o cómo de mal te ha tratado la vida para pensar que una persona enferma o anciana de esas que tantas hay se aferra a la vida porque existe el sentimiento de envidia; envidia, ¿a qúe?, ¿al que ocupa la cama de al lado de él en el hospital o en la residencia? Me parece a mi que en esos momentos verdaderamente malos lo que le pueda doler al de la cama de al lado al moribundo se la trae al pairo.
No te confundas, la envidia existe igual que existe la pereza , la lujuria,...porque son muestras de la parte animal que existe en el ser humano, porque nos recuerda lo imperfectos que somos...Pero lo que mantiene vivo al enfermo, lo que nos mantiene esas ganas de vivir aunque la vida a veces parezca...un poquito una mierda (y con perdón de la expresión) es porque gracias a dios lo malo se olvida relativamente pronto y a lo que nos aferramos, a lo que se aferra siempre un moribundo, es: a los buenos recuerdos, a los ratos buenos que son los más, a la familia, a los hijos que aún nos necesitan, a una sonrisa de un niño, a una chavala que acabas de conocer y por fin te va a conceder un baile y eso que hace ya dos meses que estáis en la misma residencia de ancianos, a sentir, a estar vivo, a enamorarse..Y si bien es cierto que en determinados momentos donde parece que no levantamos cabeza "mal de muchos consuelo de tontos", una cosa es esto y otra muy distinta es que sea la envida el motivo de ser. "La ansiedad que nos produce una vida corta y brutal" es precisamente porque la vida en resumen siempre nos deja un buen sabor de boca (por eso nos parece corta). Salvo algunos que como tú deben de sufrir mucho para verlo así. O quererse o querer poco para hacer tal apología de la envidia.

Kaos o Kram dijo...

yo no lo veo como una apologia de la envidia la verdad. Ni de la envidia ni de nada, pero en fin.

aqui os dejo un link para que veais como va la vida por Isla de las Flores, aunque el video es bastante famoso:

http://www.youtube.com/watch?v=4kDN49_bFno

Por otra parte, al comentarista Odri le diré que así como quien no quiere la cosa ha parafraseado al bueno de Baudelaire, si amigo si, o amiga,: "la vida es un hospital en el que cada enfermo vive obsesionado con la idea de cambiar de cama", o eso decía el poeta. Y no es que yo haya leído mucho a Baudelaire, era el nick de un hispano-argentino con el que chateo desde tiempos inmemoriales.
Se lo puede o no creer, pero si lo dice Baudelaire, ¡VA A MISA! nunca peor dicho..

Disiento también en el paralelismo facilón que ha dejado caer del tipo: lado animal = lado imperfecto. Ntch ntch ntch... para mi el lado animal es el más perfecto, el más acabado, el más bestial vamos. Y la pereza es la madre de todos los vicios, si, pues entonces hay que respetarla, como a toda madre...(esto tambien lo dice mucho mi amigo argentino, aunque la cita es universal)

Me fastidia tambien, me chincha particularmente, la manía de recurrir siempre al dichoso lugar común de "la sonrisa de un niño", carajo, que miren lo mal que le va a michael jackson por ser tan observador... En fin, que si, que está muy bien, y a mí me han puesto una foto de la sonrisa de un niño en un catálogo muy lindo de fotografia, aunque no he visto un chavo, y no digo que no me lo pasara pipa yo con el chaval, pero no por eso la vida (humana, imperfecta por definicion) deja de tener un cierto tufillo a estafa... si uno la mira con cierta visión estratosférica (de la que solo yo y los marcianos aquellos de serie B que podían oler los colores, disponemos...)

y qué decir de la familia, la familia neurótica, o más bien la familia (a secas). Esto no sé quien lo decía...
El hogar? "un lugar donde todo puede salir mal"...

Y ya para terminar con otra cita petarda, sobre lo de quererse o no quererse...echo mano del más de una vez aburridor diccionario del diablo de ambrose bierce para definir autoestima como:

EVALUACIÓN ERRÓNEA.


dicho queda.

Mas que nada porque me aburro.